Nada que curar si nos aliamos a la diversidad
El politólogo, profesor y activista defensor de derechos humanos, Genaro Lozano, relata la realidad acerca de las terapias de conversión y su lucha por generar un verdadero cambio en las leyes del país, en las acciones y en el pensamiento de las personas. Una invitación a ser, hoy más que nunca, aliados de la comunidad LGBT.
La comunidad LGBT
Cuando era niño me gustaba mucho la Mujer Maravilla, jugaba con un lazo de tender ropa a que era mi lazo de la verdad, yo era la Amazona, me ponía unas botas de mi mamá y daba vueltas imaginando que me convertía en la heroína. Mi mamá me vio varias veces y consternada me mandó a un psicólogo. Recuerdo que en las sesiones el psicólogo me ponía a hacer dibujos y me preguntaba si yo era niña o niño y si me gustaba alguna compañera. Recuerdo haber entendido el mensaje: hay expectativas sociales en torno a cómo deba comportarse un niño o una niña y hay una vigilancia, como de policía, de los estrictos roles de género que desafían la heteronormatividad o la idea de que todo mundo es heterosexual y que la heterosexualidad es lo aceptable, lo normal. Años después, compré el documental En la cama con Madonna, lo puse en la tele y al empezar a verlo con mi papá, recuerdo cómo se me fue el estómago al suelo. Los bailarines de Madonna se besaban, ella besaba a sus coristas y simulaba sexo oral con una botella de Vichy. Mi papá, el militar, volteó a verme con una mirada inquisidora y me preguntó: “¿realmente te gusta esto? es degeneración, ¡no es normal! Para ese momento, yo ya había aprendido, al igual que millones de niños y adolescentes LGBT, a esconder lo que sentía (mi orientación sexual) y a actuar de la manera más masculina posible para cumplir con lo que era esperado por mi entorno familiar y por la sociedad. Recuerdo haberle dicho a mi papá: ay, papá, relájate, así es Madonna y seguimos viendo el documental, yo completamente emocionado de ver a dos hombres besándose y a una mujer tan poderosa celebrando la diversidad.
Brinco a noviembre de 2010, en el estado de Jalisco el gobernador Emilio González Márquez dice que los matrimonios gays, recientemente aprobados en la Ciudad de México, le provocan “asquito”. El mandatario estatal replica lo que el presidente Felipe Calderón hace en los hechos: combatir la Ley Razú que hizo del entonces Distrito Federal la primera entidad del país en aprobar los matrimonios entre personas del mismo sexo. Calderón intentaba que la Suprema Corte invalidara la aprobación del llamado matrimonio gay por parte de la Asamblea Legislativa del DF. El Partido Acción Nacional fue virulento en contra de este derecho y financiaba a una organización que se llama Courage Latino que ofrecía talleres en Jalisco y en Guanajuato para “curar la atracción sexual del mismo sexo”, llamados “esfuerzos para corregir la orientación sexual y la identidad de género” (ECOSIG), comúnmente llamados “terapias de conversión” o “la cura de la homosexualidad”. ¿Cura? En diciembre de 1973, la Asociación Americana de Psiquiatría quitó a la homosexualidad de su manual de trastornos mentales. Con ello, la orientación sexual distinta a la heterosexual ya no era una enfermedad, una patología. Esto fue gracias a toda la investigación médica que fue recopilada a lo largo de décadas y al activismo de médicos psiquiatras y activistas LGBT que mostraron que los gays y las lesbianas podían ser felices, formar familias, vínculos amorosos estables y que no estaban más sujetos a la depresión y a otras enfermedades mentales que una persona heterosexual. Casi 20 años después, un 17 de mayo de 1990, la Organización Mundial de la Salud también quitó a la homosexualidad de su lista de enfermedades psiquiátricas. Ambas decisiones tuvieron un impacto inmediato en el movimiento LGBT global: para las iglesias católica y cristianas la homosexualidad seguía siendo un pecado, pero para la medicina ya no era una enfermedad. Un rayo de luz auguraba el inicio de una década en donde temas como uniones civiles y después matrimonio igualitario empezarían a ser las demandas en varias latitudes, mientras que los medicamentos antirretrovirales empezaban a funcionar mucho mejor. Había esperanza.
Sin embargo, en el ámbito privado las noticias públicas no tuvieron tanto eco. Miles de familias se dejaron engañar por el anuncio de que había una “cura para la homosexualidad”, unas terapias psicológicas que prometían resultados mezclando “pláticas” de “especialistas médicos” con visitas de pastores o curas religiosos. De acuerdo con el Instituto Williams, un centro de estudios de la Universidad de California en Los Ángeles, más de 700 mil personas LGBT han recibido alguna de estas terapias y los testimonios son brutales y cada año por lo menos 20 mil jóvenes estadounidenses LGBT serán forzados a asistir al menos a una sesión de estos fraudes. Y en México no nos quedamos atrás. El caso de Jalisco y sus campamentos financiados por el ex gobernador panista no es único. Desafortunadamente estas terapias que prometen “quitar la atracción sexual al mismo sexo” son mucho más comunes de lo que se piensa. YAAJ México es una de las organizaciones LGBT más profesionales de México y han documentado cientos de casos de jóvenes que han sido sometidos a estas falsas terapias. Los testimonios son brutales. Jóvenes a las que se las “aplicaron violaciones correctivas” y en casos hasta privación de la libertad. Iván Tagle es el director de esta organización, él mismo fue enviado a estas pseudoterapias y por ello tiene como misión que México las prohíba. El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) afirma que estas falsas terapias (la homosexualidad es una enfermedad) y sólo aumentan el estigma en torno a las orientaciones sexuales distintas a la heterosexualidad.
Por todo ello, en noviembre de 2018, me sumé a YAAJ México y buscamos a un grupo de senadoras para presentar una iniciativa que prohíba estas prácticas que la misma ONU ha calificado como torturas. Las senadoras Patricia Mercado, de Movimiento Ciudadano, Citlalli Hernández, de Morena, y Alejandra Lagunes, del Partido Verde, se convirtieron en las aliadas fundamentales y en las promoventes de esta iniciativa. En el camino se quedó una ex senadora del PRI que decidió no sumarse a este esfuerzo por sus convicciones religiosas. Desafortunadamente, a casi tres años a la distancia el Senado no ha aprobado la iniciativa, pero esto no significa que no haya habido avances. La Ciudad de México y el Estado de México aprobaron iniciativas similares a la que está congelada en el Senado, mientras que a nivel global, Canadá y Puerto Rico las prohibieron. Esto le da un empuje a la discusión en México y por ello si estás leyendo esto y quieres apoyar, te pido que estés atent@ a mis redes sociales (@genarolozano) y a las de @yaajmexico para que nos apoyes a exigir que el Senado apruebe esta iniciativa y que después lo haga también la Cámara de Diputados porque no hay #NadaqueCurar. Un prejuicio personal y una creencia religiosa no es una línea editorial. Harper’s Bazaar ha sido históricamente una revista aliada de la diversidad y por ello agradezco el espacio dado a este tema y los cambios que realizaron. A la gente le falta información para combatir los miedos y la ansiedad que pueda generar la otredad, lo diferente. Mi experiencia personal es que la gente solo necesita darse cuenta de que tiene alguna vecina lesbiana, ha tenido algún gran profesor gay, tiene una tía bisexual o ha visto a alguna persona trans en series de televisión o en la calle. Solo basta recordar que la diversidad sexual está en todos lados, que es tan normal como la heterosexualidad, que la diversidad le da riqueza a la vida y que nuestro hermoso país no será más justo sino hasta que la dignidad de todas las personas, incluidas las LGBT, se haga costumbre. Te invito a ser una persona aliada de la diversidad.
“Basta recordar que la diversidad sexual está en todos lados, que es tan normal como la heterosexualidad, que la diversidad le da riqueza a la vida y que nuestro hermoso país no será más justo sino hasta que la dignidad de todas las personas, incluidas las LGBT, se haga costumbre”.
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