Ana Segovia: Como parte de la iniciativa global ‘Women in Art’ de Harper’s Bazaar, presentamos a esta pintora mexicana cuya obra hace una profunda reflexión sobre temas de identidad de género y una sublime crítica de la construcción de la masculinidad.
Su mirada es tanto serena como apasionada. Antes de comenzar nuestra charla, Ana Segovia se da unos momentos para reflexionar sobre lo que quiere decir. Mientras medita, yo no puedo más que sentir un profundo agradecimiento por estar dentro de su estudio, ese espacio en donde el artista plasma sus ideas y su corazón sobre el lienzo. Descubro pinturas de charros montados a caballo, hombres ataviados con sombreros y atuendos que me remiten a las comedias rancheras de la época dorada del cine mexicano. Pero hay algo que inevitablemente me llama la atención: el color.
“A la hora de pintar, siempre parto de establecer una paleta de color. Muchas de las imágenes que trabajo vienen del blanco y el negro. Esto se presta a no interpretar el color, sino a inventarlo. Es muy importante esto en mi trabajo porque a los colores históricamente se les ha asignado una identidad de género, desde los años 50 para acá”, afirma Ana, quien después de su reflexión inicial se encuentra listo para adentrarnos hacia su mundo.
“Lo que hago es buscar algún momento dentro del filmograma que representa un momento de la película para representar esa idea de masculinidad de manera satírica e igualmente busco un color llamativo que invite al espectador a cuestionarse ‘¿Qué es este cuerpo masculino que estoy viendo?’”. Irremediablemente pienso en la pintura del charro montado a caballo con su pantalón con colorido estampado floral. “Esto es algo que no existe en el léxico de la comedia ranchera. Las leyes de la charrería tienen reglas de género explícitas. Entonces, a mí me interesa jugar con esos códigos de masculinidad”, asegura.
Ana pinta al óleo casi exclusivamente, con muy pocas excepciones. Le gusta mezclar directamente en el lienzo aunque también ha explorado distintas técnicas, como la veladura, la cual es un trabajo más lento, que requiere pausas, construyendo imagen y color a través de capas.
“Lo que hago es buscar algún momento dentro del filmograma que representa un momento de la película para representar esa idea de masculinidad de manera satírica”
Resulta inevitable hablar con Ana sobre su propia identidad de género. “Mi experiencia en esta vida ha sido mayoritariamente como un cuerpo femenino, como mujer, hasta que por ahí del año 2015 decidí indagar cómo sería mi experiencia del mundo sin una clara definición. Poco a poco me fui reconciliando con la noción de estar bien en la ‘no definición’. En un estado liminal flexible, que no significa que un día decido ser mujer y al otro día hombre, sino que me encuentro en un espacio en medio que no deseo categorizar como no binario o estático”, afirma.
Desde hace varios años, Ana empezó a trabajar con el tema de identidad de género en su obra. “Particularmente me interesa mostrar una mirada crítica hacia cómo hemos construido como sociedad masculinidades tóxicas, representadas en el cine, la repercusión que la violencia de inter género, hombre a hombre –ese machismo que se emplean entre ellos– afecta a todes. Y como víctima, desafortunadamente, la mujer: cis, trans, cuerpes femeninas. Mucho de mi enfoque tiene que ver con desmantelar estos mitos de identidad, lo que significa ser hombre y, por ende, lo que significa ser mujer dentro de un sistema binario”.
Ana estudió en la School of the Art Institute of Chicago, obteniendo su BFA en pintura y dibujo. Ha expuesto su obra en México, Estados Unidos e Italia. ¿En qué momento supo que se quería dedicar al arte? “Cuando era chiquito, estaba en el taller de mi abuela y me acuerdo de que quise hacer un dibujo con la intención de hacer arte. Ciertamente para mí ya no se trataba de un juego, sino realmente tenía la pretensión de que lo que estaba haciendo era una obra de arte”, revela. “Ahora me da mucha risa y ternura, pero en ese momento era un esfuerzo enorme”.
Ana afirma que el arte es importante para la sociedad porque genera espacios donde nos podemos juntar y generar diálogos ricos, que le den significado a nuestras vidas. “Un mundo sin arte sería un mundo más triste, con menos significado, desolado, vacío”, asegura.
“Mucho de mi enfoque tiene que ver con desmantelar estos mitos de identidad, lo que significa ser hombre y, por ende, lo que significa ser mujer dentro de un sistema binario”.
Vuelve a darse un momento para reordenar sus ideas, vuelve a ese estado de reflexión profunda, sale al jardín, fuma un cigarro y yo espero pacientemente a que medite lo que me quiera seguir compartiendo. Vuelvo a caminar alrededor de su taller, a ver con detenimiento esos colores vibrantes plasmados en los cuerpos masculinos de los que me habló. Veo con mayor detenimiento ese estampado floral en el traje del charro, que ella ha enfatizado en que “se draguea”. Y es verdad. El charro se ha dragueado y no puedo más que sentir una verdadera frescura ante tal acontecimiento. Finalmente, Ana vuelve a estar lista para seguir hablando.
Le pregunto acerca de las mujeres en el arte —al fin al cabo este proyecto de Harper’s Bazaar se titula ‘Women in Art’—, y su respuesta me emociona. “Hemos avanzado, pero también es importante ampliar la inclusión de la definición de mujer. Incluir mujeres trans, por ejemplo. Sin duda el canon de la historia del arte ha exluido por mucho tiempo voces que no son heteropatriarcales. Y estamos en un momento donde se está haciendo la labor de revisar quién se quedó fuera de las conversaciones que se tuvieron tanto históricamente como las que estamos teniendo ahora. Todavía hay mucho que trabajar, pero me entusiasma la energía y el impulso que como comunidad estamos haciendo para remediarlo”. Vuelvo a mirar su mirada serena y apasionada. Le pregunto: ¿Cómo quieres que se te recuerde? “Por haber sido una artista que siempre le fue fiel a sus impulsos creativos y sus curiosidades”. Y yo no tengo dudas: así será.