Una invitación a apreciar aquellos rasgos que nos hacen únicos e irrepetibles
Una de las decisiones más radicales que he tomado en mi vida con respecto a mi apariencia ha sido la de operarme la nariz. Recuerdo que antes de someterme a la cirugía comenté mi inquietud con algunas compañeras de trabajo y una de ellas –que también se había realizado una rinoplastia y a una mentoplastia– nos contó que en una ocasión su mamá le dijo:
“Con esa nariz y ese mentón no vas a llegar a ninguna parte”.
No voy a negar que siempre tuve muy claro que estaba corriendo un riesgo y que nada me garantizaba que los resultados iban a ser los que esperaba. Además, los conocidos que se habían sometido a un procedimiento similar me aseguraban que la recuperación era muy dolorosa. Con todo y todo, me puse en manos del médico que me generó más confianza y tres años después puedo decir que no me arrepiento.
Irónicamente, después de dar aquel paso algunas personas que conocieron mi antes y mi después me dijeron que consideraban que ese cambio no era necesario, que mi nariz “original” era un bonito rasgo. Los efectos psicológicos de modificar permanentemente algún rasgo con el que no nos sentimos cómodos son innegables, sobre todo cuando el resultado es exactamente el que se buscaba. Sin embargo, a lo largo de este tiempo también me he convencido de que no hay cirugía ni procedimiento estético que pueda sustituir una sana autoestima. Mis complejos por tener una nariz aguileña surgieron hasta que otras personas, con sus comentarios, me hicieron consciente de ese hecho; de la misma manera en que la mamá de mi amiga le generó conflictos por su nariz y su mentón.
Varias veces me he preguntado si recurriría de nuevo a la cirugía estética para “corregir” alguna otra de las imperfecciones de mi anatomía y aunque la sabiduría popular sostiene que nunca debemos decir nunca, creo que preferiría, antes que cualquier otra cosa, intentar reconciliarme conmigo mismo y aprender a vivir plenamente dentro del cuerpo que me tocó. Desde luego, en ese caso mi compromiso sería cuidar de él y procurar mantenerlo en las mejores condiciones posibles con la ayuda del ejercicio, de una buena alimentación y de los medios que la ciencia y la tecnología ponen a nuestro alcance.
He hecho grandes esfuerzos por recordar quién dijo una frase que me parece brillante:
“Encuentra aquello que te hace único y conviértelo en tu seña de identidad”.
Probablemente haya sido Diana Vreeland o Iris Apfel, lo cual tiene todo el sentido del mundo, pues ambas han sido mujeres que han roto moldes con bellezas que frecuentemente se han calificado como no convencionales. Al día de hoy, creo que nadie puede imaginar a Barbra Streisand, Angelica Huston, Maria Callas, Leah Michelle, Rossy de Palma, Javier Bardem o Tom Cruise con una de esas narices hechas en serie por los cirujanos plásticos de las celebridades. Hemos llegado a los tiempos en los que todos queremos los labios, los pómulos, el derrière o el cuerpo de alguien más porque han intentado convencernos de que si no nos ajustamos a ese molde, no triunfaremos en la vida. Las carreras profesionales y vidas personales de todas las personas que he mencionado algunos renglones arriba son la prueba de exactamente lo contrario.
A lo largo del tiempo que he trabajado en el mundo editorial, he conocido a personas cuya belleza perfectamente podría colocarlas en portadas de revistas o pantallas de cine. Sin embargo, si esos físicos no van acompañados de una personalidad única, humildad, inteligencia y buen sentido del humor, pocas veces generan una impresión duradera. Por el contrario, he interactuado con gente que en una primera instancia no impacta por su belleza, pero que poseen un magnetismo al cual es imposible resistirse.
Ha llegado el momento –o por lo menos a mí eso me parece– de replantearnos los criterios en base a los cuales nos juzgamos a nosotros mismos, de encontrar nuestra individualidad en aquello que nos hace distintos y de reafirmarnos como seres únicos utilizando los recursos que la naturaleza y la genética nos otorgaron. Los procedimientos quirúrgicos están disponibles para todos y pueden ser una gran ayuda para reconstruir la imagen que tenemos de nosotros mismos, pero no debemos perder de vista que nada ni nadie podrá reparar aquellos aspectos de nuestra persona que son invisibles a los ojos de los demás, pero que nosotros vemos con total claridad.