Es un cliché decir que la moda evoluciona, ya que ésta siempre lo hace. Es así por su propia naturaleza, maleable y mutable, y cada temporada el futuro de la moda se transforma a sí misma, y, con suerte a ti, en algo nuevo. Es una industria predicada en una dinámica perpetua de cambios, de renovación constante, de sangre nueva.
Estas transformaciones pueden ser estimulantes y reajustar tus ojos. La verdadera moda tiene el poder de modificar no sólo el qué, sino el porqué, alterando, además de la forma física de las prendas en tu cuerpo, las ramificaciones psicológicas de portarlas. La moda puede cambiar las percepciones de uno mismo.
Pero en este momento parece estar preocupada con sus variables percepciones de sí misma. El actual panorama del futuro de la moda, con tantas perspectivas, se encuentra en peligro. Las ‘reglas’ anticuadas están siendo cuestionadas, reescritas o enteramente desechadas.
El calendario bianual de la moda ha sido echado a la basura, con los diseñadores mostrando sus prendas entre temporadas, tanto de hombres como mujeres a la par, y en semanas por lo general reservadas para uno u otro.
Los diseñadores están vendiendo sus artículos directamente de la pasarela, con una ideología de “Mira ahora, compra ahora” en la industria del lenguaje o, bien, acaparando imágenes en conjunto hasta que las piezas lleguen a los exhibidores.
Las casas presentan espectáculos en locaciones más íntimas, como cocheras privadas (Ralph Lauren) o sus propios talleres (Maison Margiela), mientras otros transmiten en vivo y con avidez cada puntada. Alexander Wang puso en escena su espectáculo en las calles de la ciudad de Nueva York, al placer del paso de los turistas.
En el futuro de la moda la regla es que no hay reglas, como Aristóteles Onassis una vez dijo: “Está a disposición de todos en caída libre”. Las señales han estado ahí por años, el dominio de las plataformas sociales, el creciente número de colecciones, el ascenso del consumidor como árbitro del gusto contemporáneo.
Pero las repercusiones de estos cambios graduales en el clima de la moda se sienten hasta ahora y con una fuerza sísmica. Esto ha sido desconcertante para cualquiera que esté en medio de la tormenta. Lo cual explica la actitud prevaleciente de la actualidad: mirando hacia el pasado en vez del futuro.
Los resurgimientos son abundantes, y lo han sido durante la última década al menos; la tendencia favorita de las casas de moda celebrando aniversarios, o instalando nuevos diseñadores en marcas moribundas para darles vida fresca (una vez más, así ha sido de un tiempo a la fecha, con una creciente celeridad).
¿Por qué? Porque la historia expresa estabilidad, perpetuidad. Si una firma ha sobrevivido con éxito, por 50 o 70 años, incluso un siglo, no hay razón para creer que no volverá a hacerlo tanto tiempo. Los aniversarios son prueba del poder permanente, que es importante en un panorama inconsistente.
La historia es reconfortante porque el pasado está asegurado. A principios del año pasado me reuní con Pierre Bergé, cofundador de Yves Saint Laurent, a sólo unos meses antes de su fallecimiento. Aclamado adecuadamente como uno de los arquitectos de la moda moderna, “Le Force”, cuando le pregunté acerca de la historia, frunció sus labios y exclamó una frase que resonó en mí: “Odio el pasado. Odio la nostalgia”.
Es un sentimiento que hace eco en las palabras de Karl Lagerfeld. “No reinterpreto el pasado. Soy lo suficientemente pretencioso para decir que inventamos algo para el hoy”, me dijo después de su show de alta costura Otoño 2017. Lagerfeld no está mirando al pasado; está observando alrededor, dibujando el espíritu del momento en sus creaciones. Los grandes influyentes de la moda, sus verdaderos pioneros, están aceptando la nueva incertidumbre y rompiendo las viejas fronteras. Tienen la mentalidad de Bergé.o01
No es un caso de destruir tradiciones, y está lejos de serlo. Pero es un reconocimiento que la evolución, tal vez, no es suficiente; la revolución es el único camino que nos sacudirá la complacencia.
Al diseñador Azzedine Alaïa, por la razón por la que elegía no presentar sus colecciones al mismo tiempo que los demás, aunque los calendarios del show se vuelvan repletos con diseñadores que, con toda honestidad, no necesitan y no merecen estar allá, ya que el hogar de Alaïa se encuentra lejos de las oficinas centrales de otras casas de moda parisinas.
De hecho está en Le Marais, donde viven personas comunes y corrientes. Se ha alejado de la aglomeración de la moda. “Soy libre”, me dijo alguna vez. “Si no lo siento, no lo hago. Siempre me siento así. Esa es mi fortaleza”. También me dijo que, si tan sólo tuviera una nueva idea al año, sería feliz. ¿Dos? “¡Genial!”. Alaïa está lleno de ideas, pero no siempre las considera inéditas. Ha evitado seguir la incansable novedad en favor de perfeccionar su propio estilo y estética, seguro de que nadie acaparará su visión.
Tiene razón. Se ha aliado con relativamente pocos (Rick Owens, Alessandro Michele, Miuccia Prada), mismos que se niegan a obedecer las reglas porque crean las propias. Y, al momento, despedazan el libro de etiqueta de la moda y exigiendo un verdadero cambio.
“Las personas dicen que soy punk”, dijo riendo Miuccia Prada después de presentar su colección Primavera 2018 con estoperoles y estampados de aspecto desgastado. Una vez más, la superficialidad, pero referida a una actitud rebelde, que es entendible. Prada rechaza no la tradición, sino la convención, buscando un camino distinto.
“Me gusta crear cosas que parezcan atractivas, sencillas, pero más tarde, según la cultura de la persona, hagan al portador sentir algo más”, dice. “La persona sofisticada mira todo. Alguien superficial sólo entiende la fachada”. Esta habilidad para entregar algo hermoso, pero también un mensaje más profundo para quienes se atreven a descubrirlo, brinda cohesión a los que rompen las reglas de la moda.
“Leo mucho acerca de lo que es correcto e incorrecto, como si debieras seguir algún código”, me explica Alessandro Michele. “Esto es algo que puede matar a la moda y a la creatividad”.
“No tengo que hacer lo que no quiero”, añade Rick Owens, con base en las palabras de Alaïa. “No es como si estuviera obligado a cumplir con todo tipo de compromiso. Tal vez suene un poco engreído decir eso, pero es muy significativo”.
Así que tal vez es la libertad de las reglas tradicionales la que moldee el futuro de la moda. A su manera, todos estos diseñadores están retando a las convenciones y saliendo victoriosos, creando reglas frescas que otros terminan siguiendo. Cuando hablas con ellos, surgen temas comunes.
Una aversión a lo superficial, un desdén a la conformidad. Y mientras miras sus colecciones, notas que no sólo se trata de ropa, sino de un universo entero que cada uno ha sido capaz de crear.
Y nos referimos a las tiendas de Michele, que fueron transformadas en juegos táctiles; el almacén modificado de Alaïa en Le Marais; se trata de los muebles de Rick Owens, sus camas de dos toneladas de alabastro, sillas de madera y astas petrificadas, y acerca del teatro de Miuccia Prada para el sinfín de nuevas reinterpretaciones.
Pero todos esos mundos guían de regreso a la ropa. El enfoque está en los intérpretes; no en los modelos, sino en las prendas. Los diseñadores que crean mundos no es algo nuevo.
En 1930, Elsa Schiaparelli tenía su salón rosa y surrealista en la Plaza Vendôme; en los 40, Christian Dior su casa de campo gris claro, Louis Seize, sobre la avenida Montaigne. Lo que es nuevo son las vestimentas que están creando para popularizarlas.
El futuro de la moda yace ahí, en las tuercas y tornillos del diseño. Ya existen movimientos tectónicos en marcha: la manera en la que un diseñador como Michele hace sus colecciones (inspirándose en espacios amplios y esotéricos) no sólo ha sido alterada, sino recreada por el advenimiento de internet, que permite a los diseñadores tener acceso a cada imagen producida. La próxima generación, aquellos criados en la era digital, reflejarán cómo ese acceso ha reprogramado el cerebro humano.
El científico de la red, Michael K. Bergman, ha comparado escribir algo en la búsqueda de Google como arrastrar una malla en el océano. Puedes atrapar algo, pero hay ciertas cosas incomprensibles. Ahí es donde estamos ahora con el impacto digital en el diseño. No está cambiando la manera en que nos vemos, sino que está transformando el modo en que lo experimentamos.
Dado todo esto, es justo decir que la manera en que los creadores del futuro de la moda harán prendas tendrá poco que ver con cómo se hacen hoy día. Lo que nos trae de vuelta a Bergé, a la esencialidad de un diseñador viviendo en su época, y creando ropa que la refleje.
Hubo un momento similar a finales de los 60, cuando la juventud se estremeció y rebeló, y un modisto joven y dinámico llamado Yves Saint Laurent tuvo la novedosa idea de la ropa prêt-à-porter que democratizó la moda, derrumbó las viejas jerarquías, e hizo de la ropa de diseñadores, algo accesible para todos.
“Porque vivió en nuestra época”, explicó Bergé. El futuro de la moda se halla en los diseñadores que dirigen en vez de seguir con audaces tácticas y revueltas. En los que son libres.