Recientemente, su uso se ha extendido por todo el mundo; pero se trata de una protección con historia. Este es el origen de los cubrebocas.
La idea de que una enfermedad pueda transmitirse de una persona a otra existe desde al menos el siglo XVI en tanto que “teoría médica seria”, explica William Summers, experto en historia de medicina de la Universidad de Yale. En esa época, sin embargo, las mascarillas eran “más bien amuletos destinados a alejar una influencia maléfica”, según Summers. Pero a mediados del siglo XIX, la identificación de los microbios permitió elaborar “teorías de los gérmenes” para explicar los mecanismos de infección. Así, por 1890, las mascarillas aparecieron en las salas de operación. Y fue en ese momento cuando una epidemia de peste emergió en Hong Kong, antes de propagarse. Esta pandemia bautizada la “peste de China”, llegó en 1910 a Manchuria. Con una tasa de mortalidad de casi 100 por ciento, se temía que la enfermedad viajaría a través de las nuevas líneas ferroviarias y llegaría a Pekín e incluso a Europa. “Mataba a todas las personas infectadas, 24-48 horas después de los primeros síntomas”, explica Christos Lynteris, antropólogo de la universidad de San Andrews en Escocia. “Era apocalíptico”.
Descubrimiento innovador y escandaloso
Wu Lien Teh (1879-1960), un joven doctor nacido en Malasia y formado en Cambridge, viajó a Manchuria con información novedosa. El doctor trató de convencer a sus colegas de que la peste no era solo bubónica y se transmitía mediante la mordedura de pulgas infectadas, sino también pulmonar. Wu defendía que un enfermo de la peste pulmonar “podía transmitir la enfermedad a los demás por el aire, sin intervención de las pulgas”, explica Lynteris. “Era innovador y escandaloso” e implicaba el porte de mascarilla, añade. Pero en aquella época, los responsables sanitarios hacían frente a dos obstáculos mayores, según Summers, autor de un libro sobre esta epidemia en Manchuria. El primero era político: el “caos” en Manchuria, cuyo control se disputaban los japoneses y los rusos frente a la dinastía Qing, en declive. El segundo era lograr que la población, acostumbrada a la medicina tradicional, aceptara un cambio basado en un hallazgo científico.
Una muerte clave
Pero un acontecimiento sacó a la población de su “letargo”, explica Wu en su autobiografía: la muerte de su colega francés Gérald Mesny. Gérald se infectó pocos días después de visitar un hospital sin protección, puesto que no se había tomado en serio a su joven colega. La demanda de mascarillas explotó. “Todo el mundo la llevaba en la calle, de diferentes formas”, escribe Wu. Las imágenes de la epidemia en Manchuria muestran al personal sanitario cubiertos con vendas que cubren toda la cabeza. Quienes transportan los cuerpos sujetan tejidos sobre la nariz y la boca. Wu “trató de desarrollar un sistema de arnés que sujetara la mascarilla y permitiera trasladar los cuerpos”, explica Lynteris, destacando esta acción “sin precedentes” para proteger a los trabajadores más expuestos y a la población en general. Gracias a las fotografías en la prensa, los cubrebocas pasaron a formar parte de la imagen colectiva de esa peste y “de la manera en que imaginamos una epidemia”. Pero incluso siglos atrás, mucho antes de las teorías microbianas, la gente ya se protegía el rostro.
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Cubrebocas con historia
Por ejemplo, ante la peste bubónica en la Edad Media, el complejo atuendo de los doctores europeos incluía una mascarilla en forma de pico de pájaro. El accesorio era llamado a proteger de los “miasmas”, un aire viciado en el que se mezclaban materiales en descomposición y malas olores. “Se creía entonces que los átomos peligrosos no se adherirían a los pantalones de cuero ni a las batas impermeables”, explica el historiador Frank Snowden, autor de un libro sobre epidemias. Snowden describe esta mascarilla en forma de pico, que “prolonga la nariz y contiene hierbas aromáticas para proteger al portador de los olores mortales de los miasmas”. Varios siglos más tarde, los hallazgos de los científicos, desde Louis Pasteur a Robert Koch, revolucionaron la comprensión de los mecanismos de infección. Pero la China imperial resistió, hasta la peste de Manchuria. Entonces, se convirtió en “líder de la modernidad médica”, según Lynteris. Con la epidemia del SARS en 2003, los cubrebocas resurgieron en las zonas más afectadas de Asia, especialmente en Hong Kong. Pero no así en Occidente. Si bien fueron utilizadas en Estados Unidos durante la famosa “gripe española” de 1918, las sociedades occidentales “no guardan memoria” de esta crisis, afirma Lynteris. Por esto “la introducción de la mascarilla en Europa y Estados Unidos es toda una experiencia novedosa”. Con información de Agence France-Presse